Pues bien estos impactos hacen el efecto deseado por las tabacaleras, y es que los adultos persistan con su adicción al tabaco, y lo que es más grave, que los niños, adolescentes y jóvenes, se inicien en el consumo de tabaco. Todos sabemos que más del 80% de nuestros fumadores, se inician en el consumo de tabaco antes de los 18 años de edad. Los jóvenes que ven fumar en las películas tienen una mayor tendencia a ser fumadores. Desde
Todo esto, queda plasmado espectacularmente en el siguiente fragmento de un articulo de Mary G., titulado: “El cine, el tabaco, el alcohol y la ducha”
Equipos de técnicos y artistas, algunos famosos, en sus vidas privadas —que acaban siendo públicas— no ocultan estas debilidades, que también se llaman vicios. Una lista de notables realizadores puntuales puede construirse con el denominador común de haber dejado su efigie, para la posteridad, fundida junto a un cigarro puro o una elocuente pipa: Nicholas Ray, Jean Luc Godard, Raoul Wash, Claude Chabrol, etc. Respecto a las criaturas de ficción, sus casos difieren. Las hay que han acogido el tabaco por exigencias del guión. A saber: el primer gesto de un duro policía al entrar en su piso vacío, después de una jornada de agobiadora búsqueda de un asesino en serie, es servirse un trago de alguna bebida estimulante, derrumbado sobre un sillón en su sala de estar. (Ese movimiento tiene un significado tópico: hombre soltero o marido abandonado por esposa cansada de sus ausencias). Así lo hace el teniente Arribas (Roberto Álvarez), en “La mujer más fea del mundo”, del debutante Miguel Bardem. Ni más ni menos que otros tantos policías que en el cine han sido. Un vaso de whisky proporciona unas pistas para el espectador, que conocerá más de cerca al personaje y su situación.
Un cigarrillo, posee similares connotaciones, en la imaginería cinematográfica. Por ello, son innumerables las memorias que conservamos de galanes y damas, en determinadas circunstancias de una farsa o una tragedia, que fuman o beben. Para el público normal o medio, la tendencia a imitar lo que ve en la pantalla es una realidad incuestionable. Así las cosas, cigarrillo y whisky han sido importados a los hogares, vía fílmica, con el ilusionante sello de recomendación y modernidad que el vehículo celuloide supone. Esto no implica una acusación al cine de hacer propaganda explícita de lo uno y de lo otro, porque en la normativa de los guionistas y realizadores no figura expresamente así; pero se valen de ellos como elementos para caracterizaciones precisas.
Veamos: el cigarrillo que manejan algunas mujeres las define como sofisticadas, tal
En las manos o en los labios de los hombres, el pitillo permite una gama de matices expresivos más amplia: seguridad, desfachatez, dominio, displicencia, camaradería, generosidad, complicidad, cortesía —si lo encienden para otro o para otra, enemigo derrotado o amigo moribundo—, etc. En Peter Lorre acentuaba lo siniestro de su rostro; en Jack Nicholson, cinismo desasosegante, diabólico; en Humphrey Bogart, pegado a la comisura del labio, denotaba aire de superioridad, desdén o campechanía; entre los dedos, control, firmeza; en Belmondo, comodidad, tranquilidad. Darle una chupada y arrojarlo inmediatamente al suelo implicaba enorme decepción para Holly Martins (Joseph Cotten), en la secuencia final del “Tercer hombre”, cuando la sensible y encantadora Anna Schmidt (Alida Valli) pasa ignorándole, por haber traicionado a su amigo, al delincuente Harry Lime (Orson Welles).
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