miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cine y tabaco

El cigarrillo no tiene por sí mismo ninguna personalidad, ni tiene clase social ni emociones, pero en manos de una estrella de la pantalla, ese cilindro se convierte en un instrumento poderoso. Sirve de apoyo perfecto para los actores, cuando están felices, cuando están tristes, cuando tienen problemas, cuando no los tienen, cuando están enfadados, cuando están tranquilos e incluso cuando no tienen nada que hacer. Sin lugar a dudas las películas nos ofrecen constantemente escenas en que los actores fuman, se hace de esta manera una publicidad a todas luces, que incluso en muchas ocasiones nos muestra una marca de tabaco determinada.

Pues bien estos impactos hacen el efecto deseado por las tabacaleras, y es que los adultos persistan con su adicción al tabaco, y lo que es más grave, que los niños, adolescentes y jóvenes, se inicien en el consumo de tabaco. Todos sabemos que más del 80% de nuestros fumadores, se inician en el consumo de tabaco antes de los 18 años de edad. Los jóvenes que ven fumar en las películas tienen una mayor tendencia a ser fumadores. Desde 1988 a 1997, el 85% de las 25 películas más taquilleras de Hollywood contenían escenas en las que el uso del tabaco formaba parte de las mismas.

Todo esto, queda plasmado espectacularmente en el siguiente fragmento de un articulo de Mary G., titulado: “El cine, el tabaco, el alcohol y la ducha”

Equipos de técnicos y artistas, algunos famosos, en sus vidas privadas —que acaban siendo públicas— no ocultan estas debilidades, que también se llaman vicios. Una lista de notables realizadores puntuales puede construirse con el denominador común de haber dejado su efigie, para la posteridad, fundida junto a un cigarro puro o una elocuente pipa: Nicholas Ray, Jean Luc Godard, Raoul Wash, Claude Chabrol, etc. Respecto a las criaturas de ficción, sus casos difieren. Las hay que han acogido el tabaco por exigencias del guión. A saber: el primer gesto de un duro policía al entrar en su piso vacío, después de una jornada de agobiadora búsqueda de un asesino en serie, es servirse un trago de alguna bebida estimulante, derrumbado sobre un sillón en su sala de estar. (Ese movimiento tiene un significado tópico: hombre soltero o marido abandonado por esposa cansada de sus ausencias). Así lo hace el teniente Arribas (Roberto Álvarez), en “La mujer más fea del mundo”, del debutante Miguel Bardem. Ni más ni menos que otros tantos policías que en el cine han sido. Un vaso de whisky proporciona unas pistas para el espectador, que conocerá más de cerca al personaje y su situación.


Un cigarrillo, posee similares connotaciones, en la imaginería cinematográfica. Por ello, son innumerables las memorias que conservamos de galanes y damas, en determinadas circunstancias de una farsa o una tragedia, que fuman o beben. Para el público normal o medio, la tendencia a imitar lo que ve en la pantalla es una realidad incuestionable. Así las cosas, cigarrillo y whisky han sido importados a los hogares, vía fílmica, con el ilusionante sello de recomendación y modernidad que el vehículo celuloide supone. Esto no implica una acusación al cine de hacer propaganda explícita de lo uno y de lo otro, porque en la normativa de los guionistas y realizadores no figura expresamente así; pero se valen de ellos como elementos para caracterizaciones precisas.

Veamos: el cigarrillo que manejan algunas mujeres las define como sofisticadas, tal la madame Anais (Genevieve Page), propietaria de un prostíbulo de lujo en “Belle de jour”, de Luis Buñuel, o Norma Desmond (Gloria Swanson) desorbitada diva de Hollywood en declive, en “Subset boulevard”, de Billy Wilder. O se les atribuye un feminismo radical o se les aplica una etiqueta de vanguardismo sospechoso, como a Pola Negri, en “A woman of the world” (“Una Mujer de mundo”) o se las tacha de vampiresas, como a Jayne Mansfield, en papeles de cabaretera, o a Jean Harlow, de melena platino, en “Wife versus secretary”, de Clarence Brown. Asimilables a Rita Hayworth, en la deslumbrante “Gilda”, de Charles Vidor. En todo caso, fumar las convierte en perversas a tope, así la fatal Marlene Die trich, en “El Ángel Azul”, de Josef von Sternberg, que destroza la carrera y la vida de un viejo profesor; o Bárbara Stanwick, a quien califica de “zorra sin escrúpulos” Bertrand Tavernier, en su estudio de “50 años de cine norteamericano”, por su implacable frialdad, en “Double Indemnity” (“Perdición”), de Billy Wilder. De la misma estirpe procede Faye Dunaway, atracadora en “Bonnie and Clyde”, de Arthur Penn, donde esgrime a la vez y con igual desenvoltura, cigarrillo y pistola.

En las manos o en los labios de los hombres, el pitillo permite una gama de matices expresivos más amplia: seguridad, desfachatez, dominio, displicencia, camaradería, generosidad, complicidad, cortesía —si lo encienden para otro o para otra, enemigo derrotado o amigo moribundo—, etc. En Peter Lorre acentuaba lo siniestro de su rostro; en Jack Nicholson, cinismo desasosegante, diabólico; en Humphrey Bogart, pegado a la comisura del labio, denotaba aire de superioridad, desdén o campechanía; entre los dedos, control, firmeza; en Belmondo, comodidad, tranquilidad. Darle una chupada y arrojarlo inmediatamente al suelo implicaba enorme decepción para Holly Martins (Joseph Cotten), en la secuencia final del “Tercer hombre”, cuando la sensible y encantadora Anna Schmidt (Alida Valli) pasa ignorándole, por haber traicionado a su amigo, al delincuente Harry Lime (Orson Welles).


Hay cigarros puros y pipas indispensables para una caracterización: la pipa no podía faltar para componer al clásico de Conan Doyle, Sherlock Holmes, fuera Basil Rathbone, Peter Cushing, Christopher Lee, Roger Moore o Christopher Plummer, entre muchos otros intérpretes que han prestado su individualidad al ingenioso detective desde 1903 hasta el día de hoy. Tampoco se le niega a otros profesionales de su especialidad, con la misma adhesión a la pipa, como el comisario Maigret, incorporado por Jean Gabin. Sobre este particular, no queda más remedio que dejar constancia del puro amuleto de Groucho Marx, parte de su carismática personalidad como actor-personaje.


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